domingo, 10 de junio de 2012

Esa desventaja femenina

Les contaba en un post pasado de ese juego perverso que es ahora salir para “conocer” a alguien. Como todo juego, éste también tiene reglas (tácitas, claro) y la verdad son muchísimas. Yo no las conozco todas, pero si hay escritores dedicados a investigar éste sórdido mundo, y así ayudar y orientar a las cándidas solteras que deciden aventurarse a navegar en aguas tan turbias. Estos “manuales de supervivencia para solteras” existen, y la mayoría son best sellers. No es broma. Pueden googlear “Dating for Dummies”, “How to Date and not get hurt”, y encontrarán  una gran fila de etcéteras. Se les conoce más por su nombre bonito: “libros de autoayuda”. Confieso que soy una fanática de estos libros, y de lo que he podido revisar diría que se dividen en dos grupos.
El primero busca ayudar a que te adaptes a tu nueva realidad, y logres ser una chica moderna, súper chic, sexycool, algo hipster, con una dosis de culisuelta “al gusto” y, muy importante, relajadaaaaza. Tu frase favorita deberá ser “tranquilo, todo bien”, cuya traducción subconsciente será “papito/broder/causa: aquí no pasó nada”; y el objetivo final será evitar que termines hecha un moco, con el rímel corrido y el corazón hecho anticucho, medio borracha en el taxi camino a casa.
El segundo grupo de estos libros están dedicados a esas mujeres que no compraron los libros del primer grupo y han terminado emocionalmente más abolladas que la boxeadora tailandesa después de la gomeada de Kina. Ya que no obtuviste resultados positivos, sólo queda hacerte sentir que no tienes la culpa. No eres tú, son ellos. Y buscan darte paz, y alguito de esperanza en el futuro a través de la frase “lo que tiene que ser, será”.

Lo que más me llamó la atención siempre de estos libros de autoayuda es que en prácticamente todos el público objetivo son mujeres. Lo que hacía que me pregunte ¿por qué somos las mujeres a quienes nos cuesta más adaptarnos y, en consecuencia, sufrir por este juego? ¿por qué a los hombres no les afecta, y más parece que lo disfrutan? Es probable que esto tenga una respuesta compleja, pero igual les comparto mi teoría:
Las mujeres entramos al juego con desventaja. De chiquitas, jugamos con Barbies que vendían hermosos estereotipos rosa de una adultez “nice”. Casa, departamento, hacienda, carro y camioneta de la Barbie; junto a un Ken que mostraba una sonrisa complaciente. Si nos aburríamos podíamos jugar a la cocinita, o a la mamá con nuestro Chicho Bello o Peloncita preferida.  Veíamos a la Bella Durmiente que necesitaba el beso del verdadero amor para poder despertar; a Blancanieves que al final le pasó lo mismo; Cenicienta, Rapunzel y muchas otras más. ¿Alguien dijo mujercitas desvalidas? Todos los personajes femeninos de cuentos y dibujos animados necesitaban un hombre que las ayude o rescate; y terminaban casi siempre con el trillado “final feliz” que era la boda con el príncipe azul en caballo blanco que las había salvado. Como si esto fuera poco, aprendemos que para temas sentimentales los hombres son quienes marcan la pauta. Ellos necesariamente son los que deben tener la iniciativa y tomarte de la mano por primera vez, acercarse para besarte, son quienes deciden y te dicen para “estar”, y los que eventualmente deciden pedir tu mano en matrimonio; para que así, la niña ilusionada que habita en todas nosotras pueda tener su propio “final feliz”.

Entonces, y volviendo al juego, tenemos chicas que tienen estas ideas estereotipadas insertadas en su subconsciente (misma Naranja Mecánica), y las hace esperar a un supuesto príncipe azul que las rescate de su soltería para que puedan ser felices. En la vida real, lo mejor que podría pasar es que el chico al menos sea amable y respetuoso. Pero un príncipe azul, ya no hay, si es que hubo alguna vez.

Me imagino que en este momento deben alucinarme la soltera más bitter y naquever del medio. Es más, ya deben haberme posicionado alegremente en alguno de los dos grupos objetivos de los libritos de autoayuda, y lamento decirles que no estoy en ninguno. Ya probé los dos, y creo que estoy en un limbo no definido. Me explico: tengo todas las enseñanzas aprendidas y aplicadas (si, también la dosis “al gusto” de culisuelta), puedo ser relajadaaaaza, se decir “todo bien, broder”; pero más importante, no me siento ni víctima ni culpable. Creo que he logrado poner todas las experiencias traumáticas vividas en el cajoncito correcto de mis memorias, rescatar lo que me sirve y descartar lo que no. Ahora conozco gente por el gusto de conocerlos y porque todos tienen algo que compartir o enseñar. Si salgo, me divierto, y no espero nada. Si quiero bailar, bailo. Si quiero dejarme conocer, lo hago. Si quiero agarrarme a alguien, me lo agarro. Si quiero hacer un experimento socio-antropológico y pretender ser alguien diferente sólo para ver cómo reaccionan, lo hago. OK, eso no parece muy normal, pero la verdad es que es divertidísimo, y será motivo de más de un post. Finalmente, no estoy esperando que me salven, porque no estoy en “aprietos” y me gusta estar tranquila. Decido ser feliz porque quiero y creo mis propios momentos de felicidad. Por supuesto que disfruto ilusionándome, y el día que me vuelva a enamorar seré tan torpe y cursi como siempre lo he sido. Soñaré despierta y me afanaré como chiquilla, porque así he sido, soy y seré; y me encanta. Confieso que no ha sido fácil llegar a esta "pseudo-paz", pero no es imposible.

Hace poco un amigo me pasó este link con el extracto de una película genial, donde varias mujeres relatan sus historias de amor. Lo mejor de esta historia es una frase que me hizo pensar muchísimo: "debemos construir un puente entre nuestros sueños y quienes somos”.
Sin afán de creerme psicóloga, considero que eso es lo que nos falta hacer a muchas mujeres. El momento en que comencemos a entender que lo que soñamos para nosotras se enmarca en nuestras propias reglas, podremos encontrar el camino a nuestro verdadero cuento de hadas, y si queremos, a nuestra propia adaptación del “final feliz”.


domingo, 3 de junio de 2012

Esencia peruana

Hoy nuevamente va a jugar Perú, y como es de esperarse los comentarios fatalistas no se han hecho esperar. Hay jugadores lesionados y lamentablemente son “los mejores”. Jugamos contra una selección non plus ultra; y claro, no existe manera que logremos una victoria.
Un ratito señores… ¿a qué hora es el partido? ¿ya lo perdimos acaso?

A veces me parece que los peruanos olvidamos qué es el Perú, cuál es nuestra historia y de qué estamos (o deberíamos estar) hechos.
Honestamente, ¿podrían señalar una batalla o combate que hayamos peleado con todas las variables a nuestro favor?
Desde que llegaron los españoles siempre estuvimos en desventaja, y en desventaja real. De ahí, todo fue hacia abajo. Nuestra gente fue realmente oprimida. ¿Tenemos acaso idea de cuánta gente peleó y murió por un ideal llamado “libertad”? En las guerras siguientes, cuando se llegó a pelear en la mismísima Lima, ¿sabemos cuántos jóvenes tuvieron que pelear porque ya no quedaban soldados vivos que lo hicieran? ¿cuántas mujeres cosieron uniformes improvisados para estos valientes jóvenes? Y todo por una bandera, por un sentimiento de “patria” que pocas veces tenemos el honor de ver en la actualidad.
¿Te has puesto a pensar qué hubieras hecho tú?

Yo tuve la suerte de tener un padre que me enseñó el valor del compromiso y la convicción, cuando durante los “paros armados” que declaraban los miserables terroristas él se levantaba y salía a trabajar a pesar que yo le lloraba para que no lo hiciera porque tenía miedo que lo mataran. Él me decía: “Eso es lo que ellos quieren, que paremos, que no vayamos a trabajar, que tengamos miedo. Nosotros no podemos darles eso porque ellos ganarían”. Que tales cojones de mi padre, y de todos nuestros padres, para salir a trabajar y “hacer Perú” en pleno paro armado y en una coyuntura donde su país no les daba muchas oportunidades.
¿Te has puesto a pensar qué hubieras hecho tú?

Díganme, ¿cuándo han “peleado una batalla” perfecta? o ¿“jugado un partido” estadísticamente justo? Mejor aún, ¿cuándo han aceptado una chamba que no incluya un reto? ¿cuándo han entrado a clases sabiendo todo lo que se iba a enseñar? ¿cuándo han decidido hacer algo difícil o ponerse en una situación que los retara, sólo armados con la fe en que después todo estaría mejor?
Todos, hasta el más acomodado de nosotros ha pasado por esto. Y es que nuestra necesidad de creer, de confiar, de tener fe en un resultado positivo es parte de nuestra esencia. Una esencia peruana luchadora que sabe que se puede ganar al margen de la adversidad. La misma que nos hace sonreír cuando leemos que nuestro país sigue creciendo; la que nos mueve cada fibra nerviosa cuando vemos el spot de Marca Perú y las maravillas que tenemos; la que nos emociona cuando nuestra selección mete un golazo; la que nos hincha de orgullo por ser peruanos, por primera vez como colectivo común desde que nacimos.

Hoy, yo voy a hacer lo que me toca como peruana: alentar a mi selección. No jugar a ser DT ni crítica deportiva. Yo, durante el partido, voy a alentar (léanlo bien: alentar). Ese es mi rol en esta “batalla”, y he decidido asumirlo con la misma convicción con la que asumo cada mañana el reto de ir a trabajar por mí, por mi hijo y porque quiero que mi país siga creciendo; con la misma convicción con la que juego cada partido que me ha tocado jugar (y los pichangueros deberían entender esto mucho mejor que yo); y con la misma convicción con la que le digo a mi hijo “que rico es ser peruano” cada vez que comemos un cevichito y un arroz con mariscos.
Porque la objetividad ayuda antes del partido para la estrategia, y después para el análisis y encontrar áreas de mejora. Durante el partido, hay que tener garra señores. Y “garra” es todo eso que me cuesta encontrar: convicción, compromiso y fe en que “si se puede”. Después de todo lo que hemos pasado, ¿les queda alguna duda?

Si nuestros abuelos vivieron el gobierno militar y siguieron luchando por surgir; si nuestros padres se quedaron y enfrentaron un terrorismo castrante y amedrentador, y aun así no les tembló la mano; yo, que tengo paz y libertad, voy a pelear todas y cada una de las “batallas” que me toquen, con total y absoluta fe en la victoria. Más aun, jamás perderé ni una sola batalla antes de haberla empezado.

Esa es mi esencia como peruana, y sé que la tuya también.