Les contaba en un post pasado de ese juego perverso que
es ahora salir para “conocer” a alguien. Como todo juego, éste también tiene
reglas (tácitas, claro) y la verdad son muchísimas. Yo no las conozco todas, pero
si hay escritores dedicados a investigar éste sórdido mundo, y así ayudar y orientar
a las cándidas solteras que deciden aventurarse a navegar en aguas tan turbias.
Estos “manuales de supervivencia para solteras” existen, y la mayoría son best
sellers. No es broma. Pueden googlear “Dating
for Dummies”, “How to Date and not get hurt”, y encontrarán una gran fila de etcéteras. Se les conoce
más por su nombre bonito: “libros de autoayuda”. Confieso que soy una fanática
de estos libros, y de lo que he podido revisar diría que se dividen en dos
grupos.
El primero busca ayudar a que te adaptes a tu nueva
realidad, y logres ser una chica moderna, súper chic, sexycool, algo hipster,
con una dosis de culisuelta “al gusto” y, muy importante, relajadaaaaza. Tu
frase favorita deberá ser “tranquilo, todo bien”, cuya traducción subconsciente
será “papito/broder/causa: aquí no pasó nada”; y el objetivo final será evitar que
termines hecha un moco, con el rímel corrido y el corazón hecho anticucho,
medio borracha en el taxi camino a casa.
El segundo grupo de estos libros están dedicados a esas
mujeres que no compraron los libros del primer grupo y han terminado
emocionalmente más abolladas que la boxeadora tailandesa después de la gomeada
de Kina. Ya que no obtuviste resultados positivos, sólo queda hacerte sentir
que no tienes la culpa. No eres tú, son
ellos. Y buscan darte paz, y alguito de esperanza en el futuro a través de
la frase “lo que tiene que ser, será”.
Lo que más me llamó la atención siempre de estos libros
de autoayuda es que en prácticamente todos el público objetivo son mujeres. Lo
que hacía que me pregunte ¿por qué somos las mujeres a quienes nos cuesta más
adaptarnos y, en consecuencia, sufrir por este juego? ¿por qué a los hombres no
les afecta, y más parece que lo disfrutan? Es probable que esto tenga una
respuesta compleja, pero igual les comparto mi teoría:
Las mujeres entramos al juego con desventaja. De
chiquitas, jugamos con Barbies que vendían hermosos estereotipos rosa de una
adultez “nice”. Casa, departamento, hacienda, carro y camioneta de la Barbie;
junto a un Ken que mostraba una sonrisa complaciente. Si nos aburríamos
podíamos jugar a la cocinita, o a la mamá con nuestro Chicho Bello o Peloncita
preferida. Veíamos a la Bella Durmiente
que necesitaba el beso del verdadero amor para poder despertar; a Blancanieves
que al final le pasó lo mismo; Cenicienta, Rapunzel y muchas otras más. ¿Alguien dijo mujercitas desvalidas?
Todos los personajes femeninos de cuentos y dibujos animados necesitaban un hombre
que las ayude o rescate; y terminaban casi siempre con el trillado “final
feliz” que era la boda con el príncipe azul en caballo blanco que las había
salvado. Como si esto fuera poco, aprendemos que para temas sentimentales los
hombres son quienes marcan la pauta. Ellos necesariamente son los que deben
tener la iniciativa y tomarte de la mano por primera vez, acercarse para
besarte, son quienes deciden y te dicen para “estar”, y los que eventualmente
deciden pedir tu mano en matrimonio; para que así, la niña ilusionada que
habita en todas nosotras pueda tener su propio “final feliz”.
Entonces, y volviendo al juego, tenemos chicas que
tienen estas ideas estereotipadas insertadas en su subconsciente (misma Naranja Mecánica), y las hace
esperar a un supuesto príncipe azul que las rescate de su soltería para que
puedan ser felices. En la vida real, lo mejor que podría pasar es que el chico
al menos sea amable y respetuoso. Pero un príncipe azul, ya no hay, si es que hubo alguna vez.
Me imagino que en este momento deben alucinarme la
soltera más bitter y naquever del medio. Es más, ya deben haberme posicionado
alegremente en alguno de los dos grupos objetivos de los libritos de autoayuda,
y lamento decirles que no estoy en ninguno. Ya probé los dos, y creo que estoy
en un limbo no definido. Me explico: tengo todas las enseñanzas aprendidas y
aplicadas (si, también la dosis “al gusto” de culisuelta), puedo ser
relajadaaaaza, se decir “todo bien, broder”; pero más importante, no me siento
ni víctima ni culpable. Creo que he logrado poner todas las experiencias
traumáticas vividas en el cajoncito correcto de mis memorias, rescatar lo que
me sirve y descartar lo que no. Ahora conozco gente por el gusto de conocerlos
y porque todos tienen algo que compartir o enseñar. Si salgo, me divierto, y no
espero nada. Si quiero bailar, bailo. Si quiero dejarme conocer, lo hago. Si
quiero agarrarme a alguien, me lo agarro. Si quiero hacer un experimento
socio-antropológico y pretender ser alguien diferente sólo para ver cómo
reaccionan, lo hago. OK, eso no parece
muy normal, pero la verdad es que es divertidísimo, y será motivo de más de un
post. Finalmente, no estoy esperando que me salven, porque no estoy en “aprietos”
y me gusta estar tranquila. Decido ser feliz porque quiero y creo mis propios
momentos de felicidad. Por supuesto que disfruto ilusionándome, y el día que me
vuelva a enamorar seré tan torpe y cursi como siempre lo he sido. Soñaré
despierta y me afanaré como chiquilla, porque así he sido, soy y seré; y me
encanta. Confieso que no ha sido fácil llegar a esta "pseudo-paz", pero no es imposible.
Hace poco un amigo me pasó este link con el extracto de
una película genial, donde varias mujeres relatan sus historias de amor. Lo
mejor de esta historia es una frase que me hizo pensar muchísimo: "debemos construir un puente entre nuestros sueños y quienes somos”.
Sin afán de creerme psicóloga, considero que eso es lo que nos falta hacer a muchas mujeres. El momento en que comencemos a entender que lo que soñamos para nosotras se enmarca en nuestras propias reglas, podremos encontrar el camino a nuestro verdadero cuento de hadas, y si queremos, a nuestra propia adaptación del “final feliz”.