Si hay algo en este mundo que no tiene reglas son las
relaciones de pareja. Por más que la sociedad y/o las culturas se empeñen en imponerlas,
siempre habrá “rebeldes sin causa” que las romperán en el nombre del amor. Una
de estas reglas sociales se refiere a la edad en las parejas, y me refiero a la
diferencia de edad y a cuál de los dos es el mayor. No nos hagamos los muy
modernos, open-minded, ni fresh; todos (y digo TODOS) tenemos cierto prejuicio
cuando se trata de las edades. Empecemos por recordar que vivimos en una
sociedad recontra conservadora, machista y (como yo le llamo) latina. Por más
que la vida, el mundo, los libros, la tele y los realities importados hayan
querido ampliar nuestra estrecha visión conservadora, tenemos que aceptar que aún
hay temas que nos hacen sacar los abanicos y chismear cual viejitas en la
terraza.
A través de los años, las mujeres han sido siempre las más
afectadas con el prejuicio de la edad. Sabemos que es más “aceptado”
que el hombre esté con una mujer menor al caso contrario, e irónicamente somos
las mujeres quienes condenamos con mayor dureza estos escenarios. Si somos
significativamente menores que él, somos unas chibolas oportunistas; y si somos
mayores somos unas abusivas o “cougars” (que en inglés significa “puma”,
refiriéndose a que cazan carne fresca). En el caso de ellos, la crítica es un
poco menos dura. Se les puede llamar “viejo verde” cuando efectivamente están
viejos, pero no hay nombre cuando tienen treintaytantos y ella está en sus veintes.
Cuando ellos son los menores son la carne fresca e inocente y, bueno, también
pueden ser vistos como oportunistas si ella es exitosa y adinerada.
Supongo que como consecuencia del bendito “qué dirán”, se
han desarrollado algunas estrategias como mecanismos de defensa anti-prejuicios.
Así, por ejemplo, no es infrecuente que muchas mujeres rían incómodas cuando se
les pregunta la edad y, en el colmo de la estupidez, hay chicas que
ridículamente se bajan la edad desde los veintes, y otras que responden que “nunca
se le debe preguntar la edad a una mujer” (y lo dicen desde que tienen quince).
Lo curioso es que hasta los mismos chicos tengan cautela cuando se trata de
revelar las edades. En los últimos meses me he encontrado con algunos “¿cuántos
crees?”, que no sólo buscan amortiguar el número real cuando tienen la sospecha
de que son significativamente mayores o menores, sino también jugar a “¿de qué
edad parezco?” y dar la opción al “¡ay, pero no pareces!” y así poder aferrase
a ese argumento como al mástil en una tormenta.
Está claro que todos tenemos el prejuicio de la edad en
nuestro chip, pero en la práctica ¿hay realmente un problema con la diferencia
de edad? He visto y conocido algunas parejas con considerables diferencias de
edad y me resulta fascinante escucharlos hablar de su relación. Más allá del
análisis psicológico que podría o no aplicar, (casi) todas están basadas en el
amor maduro y no sólo en la química sexual (estoy hablando de parejas estables
y consolidadas). Cuando pregunto sobre las diferencias generacionales me
responden que es un factor más con el que hay que aprender a vivir. Algo así
como si te tocó una suegra dulce o una antipática: te la bancas igual. Es muy
probable que estén pensando en el tío que no quiere envejecer, en la señora
regia con botox que quiere a su muñeco al lado, en el chico chupasangre con
complejo de Edipo, o en la chibola hueca que necesita una figura paterna; pero
todos esos son personajes estereotipados producto del prejuicio y de no poder
ver más allá de nuestras narices.
En mi caso, he estado con un chico que era casi 4 años
menor que yo, y como estábamos en nuestros veintes casi no se sentía la
diferencia de edad (ojo, dije “casi”). Nunca he estado con alguien mucho mayor,
pero no descarto la idea. Con los años he aprendido a valorar mucho más la
madurez, los valores y el intelecto antes que lo físico, y lo cierto es que ninguna
de estas características está relacionada a la edad. En todo caso, considero
que los únicos márgenes que podrían limitar nuestra decisión de entablar una
relación sentimental con alguien mayor o menor deberían ser nuestros planes y/o
metas a mediano y largo plazo, especialmente las que no son negociables. Es
decir, si he tomado la decisión de vida de tener hijos y definitivamente los
quiero tener o si he decidido no volverme a casar siquiera por civil, no convendría
que esté con alguien que ha decidido no tener más hijos o que tenga como meta
personal casarse. Pongo estos ejemplos porque son probablemente los puntos más
álgidos en las relaciones que tienen una diferencia de edad considerable. Sería maravilloso pensar que el factor “qué dirán” no
entra en la ecuación (porque no debería) pero hay personas a las que
lamentablemente sí les importa lo que opinen sus familiares, sus jefes, los
amigos, etc. Bueno, cada loco con su tema.
Al final, y como decía crudamente una
amiga, “si yo me lo chapo y yo me lo tiro,
a la única a la que le debe importar es a mí”. Y esa es la purita verdad.
Busqué otras
canciones, y “40 y 20” es la que debe cerrar este post. Nunca me aburro de
escuchar las canciones de José José. Ya saben: “es el amor
lo que importa y no lo que diga la gente”.